lunes, 2 de julio de 2012

Temblando, acercó sus labios y en el momento en el que la respiración de la muchacha empapaba su alma ella abrió los ojos. El se levantó junto a un cabezazo a su estantería, estaba húmedo, las sabanas de su cama estaban revueltas y el dolor de su cuello le sugería que no debería volver a dormir sin almohada otra noche más. Lloró, lloró al darse cuenta que se había despertado un día con un corazón loco de felicidad simplemente por un sueño y que todo ello, no fue real. Cogió un libro de Bukowski, al que le echaba toda la culpa de la tragedia sucedida y arrojándolo a la pequeña papelera envuelta en papel de plata se levantó para continuar su rutina. El día transcurrió sin problemas, él trabajaba en un centro de re-educación para chicos que habían perdido la esperanza en la sociedad y que según su forma de expresar su desacuerdo con ella eran privados de la libertad a consecuencia de su delito. Raul , como cada día después de haber dado clases de haber dado algunas clases de gramática a los chavales de los que estaba encargado, trataba de tratarlos como personas corrientes.. Realmente, eran los únicos con los que establecía conversación últimamente, sus miradas tristes y sus continuas preguntas de cuando podrán escapar de aquel infierno con la única intención de sacar a trabajadores de la siderurgia. Eric, un joven que estaba atrapado allí por haber firmado con la marca de sangre sus muñecas era el orgullo de Raul, sus historias le recordaban a como él fue en su tiempo, eran mucho más bizarras y se centraba más en definir como quedó el cuerpo del enemigo que había abatido su héroe que en otros detalles, pero el objetivo era bueno... El objetivo era sollozar contra todas aquellas personas que habían impedido que el fuese feliz y que le obligasen a buscar un mundo donde todo sale en contra de aquellos abusones y caras bonitas que tantas veces le engañaron y le hirieron. Eric era el yang de Raul, Raul lo trataba como a un hermano pequeño e incluso como a un hijo.

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